David Gonzalez Muñoz David Gonzalez Muñoz

¿Pensar algo terrible me convierte en mala persona?

Reflexionando acerca de los pensamientos obsesivos

Muchas personas con Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) se angustian por pensamientos que consideran inaceptables: dañar a alguien, infidelidades, dudas sobre su identidad o moral. Estos pensamientos generan culpa y miedo, no porque reflejen deseos reales, sino porque van en contra de los valores de la persona.

A esto se le llamamos pensamiento egodistónico: ideas que entran en conflicto con los propios valores y cómo se autopercibe la persona (identidad). Como la persona no los quiere ni acepta su aparición estos pensamientos acaban generando malestar.

Desde la terapia cognitivo-conductual hablamos de la sobreimportancia del pensamiento, es decir, la creencia de que pensar algo es casi tan grave como hacerlo. Este error lleva a confundir ideas con intenciones, y eso alimenta la ansiedad. Pero, ¿acaso todos los escritores de novela negra pensaron en cometer los crímenes previamente a escribirlos?

Tener un pensamiento no significa que sea real, probable o que diga algo sobre quién somos. Todos tenemos ideas raras o inquietantes; la diferencia está en cómo las interpretamos.

En TOC, el trabajo terapéutico consiste en aceptar la presencia de estos pensamientos sin reaccionar con compulsiones, aprender a tolerar la incertidumbre y recordar que un pensamiento no te define. Tus actos, sí.

Si quieres trabajar en ello, no dudes en contactarme.

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No puedo dejar de pensar…

Cómo dejar de tener pensamientos obsesivos

¿Y si me contamino si toco la puerta?

¿Esta voz es realmente mía? ¿Y si no lo fuera y me estoy volviendo loco?

¿Si miro a esa chica es porque ya no quiero a mi mujer?

¿Qué pasaría si le empujo por las escaleras?

Pensamientos intrusivos como estos pueden asustarnos mucho pero que aparezcan no significa que estés perdiendo la cabeza ni que quieras hacer esas cosas. Hoy hablamos de los pensamientos obsesivos: qué son, cómo se diferencian de las preocupaciones normales y, sobre todo, por qué no eres tu pensamiento.

Los pensamientos obsesivos son pensamientos no deseados, repetitivos e intrusivos que aparecen de forma automática sin que los busques. Suelen estar cargados de ansiedad o culpa, por lo que suelen reflejar miedos y ser contrarios a tus valores y deseos. Por eso, resultan tan angustiantes. Además, pueden ir acompañados de imágenes, frases o impulsos mentales de alta intensidad.

A diferencia de las preocupaciones normales, estas suelen ser irracionales: no tienen una base lógica y la probabilidad de que ocurran son mínimas. Son repetitivas y paralizantes, generando angustia, culpabilidad y ansiedad.

La respuesta habitual a estos pensamientos suele ser evitándolos o tratando de neutralizarlos de alguna forma. Sin embargo, estas medidas no suelen ser eficaces en el largo plazo y contribuyen a mantener y agravar el problema. Siguiendo los ejemplos de arriba, si tengo miedo a contaminarme una conducta neutralizadora podría ser lavarme las manos o evitar tocar x objetos; grabar notas de audio para verificar la voz; racionalizar por qué no me gusta esa chica; o tratar de cambiar el pensamiento.

Tener este tipo de pensamientos no te convierte en una mala persona, ni en peligrosa, ni en alguien con una enfermedad mental grave. De hecho, casi todo el mundo ha tenido pensamientos extraños alguna vez. La forma en cómo los interpretamos y abordamos es lo que hace que vayan interfiriendo en nuestro día a día y acaben desarrollando un trastorno obsesivo-compulsivo.

Si te has sentido identificado/a, te puedo ayudar a normalizar y dejar de alimentar estos pensamientos.

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¿Dónde estoy?

¿Me he dejado a un lado… aunque mi relación sea sana?

A veces, sumidos en el cambio de rutinas y hábitos que supone el inicio de una relación podemos tender a dejar de lado personas y actividades que configuran nuestra individualidad. El aislamiento emocional no tiene por qué venir precedido de grandes discusiones o relaciones poco saludables. Es un proceso que llega en silencio: dejas de quedar con ciertas personas; dejas de responder mensajes; de hacer planes por tu cuenta… te acomodas en lo que tienes más a mano.

Hay veces en las que vamos instalando una serie de hábitos en los que, sin darnos cuenta, nuestra vida da un cambio de 180º y, cuando pasa esa primera fase de enamoramiento, se puede añorar esa individualidad que configuraba nuestra vida anterior. Es en ese momento cuando es difícil volver atrás porque ello supone deshacer hábitos que ya se han instalado, dinámicas, rutinas que incluyen a otra persona que no tiene por qué estar en tu mismo punto o situación. Y eso puede derivar en conflicto o confrontación, algo que no nos suele gustar. 

Pero, ¿cuál es el precio de no compartir y expresar tus necesidades? ¿Cuál es la consecuencia de evitar esas conversaciones incómodas?

Con el tiempo, evitar deteriora la comunicación con tu pareja y te aísla de tu entorno seguro.

Es más cómodo ignorar que confrontar. Más sencillo dejarse llevar por la rutina que sostener conversaciones incómodas. Sin embargo, tomar conciencia de si te estás atendiendo o no es un acto de responsabilidad contigo mismo/a y con tu pareja. ¿Pero, cómo sé si me estoy dando de lado?

Señales de aislamiento que pueden pasar desapercibidas:

  • Te comunicas más por mensajes que en persona con personas importantes para ti.

  • Te cuesta decir “no” a planes con tu pareja aunque no tengas ganas por complacer o agradar.

  • Empiezas a cancelar planes con amistades "por inercia” aunque en el fondo te apetezca asistir.

  • Sientes una desconexión emocional con tu círculo cercano.

Y no, esto no siempre significa que tu relación no sea saludable. A veces solo refleja que has dejado de elegirte también fuera de la pareja.

¿Qué podemos hacer ante una situación así?

  • Recuperar espacios individuales sin culpa.

  • Hazte preguntas incómodas: ¿Qué partes de mí estoy dejando fuera de esta relación?

  • Revisa si estás evitando o afrontando determinadas situaciones.

  • Recuerda: el amor sano no aísla, acompaña sin absorber.

"No se trata de alejarte de tu pareja, sino de volver a acercarte a ti."

¿Te has sentido así alguna vez?

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¿Tengo estrés o ansiedad?

Aprende a diferenciarlos para cuidar tu bienestar

Muchas personas usan las palabras “estrés” y “ansiedad” como si fueran sinónimos, pero en realidad no lo son. Aunque están relacionadas, tienen diferencias importantes que conviene conocer para gestionar nuestras emociones de manera efectiva.

El estrés es una respuesta natural del cuerpo ante una demanda externa: un examen, una fecha límite en el trabajo, un conflicto familiar… Puede ser útil, porque nos activa y prepara para responder, elicitando una respuesta fisiológica y psicológica concreta. Una vez que el factor estresante desaparece, los niveles de estrés tienden a disminuir. El problema aparece cuando el estrés es constante, sin descanso, y empieza a pasarnos factura física o mentalmente.

Síntomas comunes del estrés:

  • Físicos: Tensión muscular, problemas de sueño, fatiga, dolores de cabeza, problemas digestivos, cambios en el apetito.

  • Cognitivos: Dificultad para concentrarse, pensamientos acelerados, sensación de agobio.

  • Emocionales: Irritabilidad, cambios de humor.

  • Conductuales: Cambios en hábitos alimenticios/sueño, evitación, aumento del consumo de sustancias.

La ansiedad, en cambio, es una respuesta emocional más interna, a menudo desproporcionada a la situación y con una connotación anticipatoria. A veces no hay una causa clara y en muchos casos hay una sobre-importancia a la amenaza percibida. La ansiedad es un sentimiento de preocupación, nerviosismo o inquietud, a menudo sin una causa inmediata o claramente identificable. La ansiedad puede volverse limitante si se cronifica o intensifica.

Síntomas comunes de la ansiedad:

  • Físicos: Palpitaciones, sudoración, dificultad para respirar, temblores, mareos, malestar estomacal…

  • Cognitivos: Preocupación excesiva, pensamientos intrusivos, sensación de peligro anticipatoria, mente acelerada.

  • Emocionales: Nerviosismo constante, sensación de que algo malo va a pasar, irritabilidad, dificultad para relajarse, miedo.

  • Conductuales: Inquietud motora, evitación de situaciones, conductas de neutralización.

La clave para diferenciarlos: El desencadenante y la duración

La principal diferencia radica en la presencia o ausencia de un desencadenante claro y la duración de los síntomas. El estrés suele estar ligado a una situación específica y tiende a disminuir cuando esa situación se resuelve. La ansiedad, en cambio, puede aparecer sin un motivo aparente y persistir en el tiempo, incluso cuando no hay una amenaza real.

¿Cuándo pedir ayuda? 

Tanto el estrés como la ansiedad son parte de la vida y no siempre requieren terapia. Pero si notas que tu calidad de vida se ve afectada tienes dificultades para controlar tus preocupaciones o tu nivel de estrés, los síntomas persisten durante un período prolongado o experimentas ataques de pánico — buscar ayuda profesional.

 

Aprender a escuchar tu cabeza, cuerpo y a identificar las señales de estrés y ansiedad es fundamental para tomar medidas proactivas y buscar las estrategias de afrontamiento adecuadas. ¡Tu bienestar mental es importante!

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¿Cuándo saber si necesito ir a terapia?

¿He de esperar a estar mal para pedir ayuda?

No hace falta esperar a “estar muy mal” para pedir ayuda. La terapia no es solo para momentos de crisis, también es una herramienta poderosa para conocerse mejor, ganar claridad emocional y tomar decisiones desde un lugar más consciente.

Ahora bien, tampoco se trata de buscar ayuda por cualquier malestar cotidiano. Parte del sufrimiento forma parte de la vida: sentir tristeza, incertidumbre o frustración ante ciertas situaciones es natural, y no siempre requiere intervención profesional. Aprender a convivir con esas emociones también es clave para el bienestar personal.

Sin embargo, si el malestar se vuelve persistente, interfiere en tu día a día o te sientes atrapado en patrones que se repiten, puede ser el momento de iniciar un proceso terapéutico. Algunos ejemplos:

- Ansiedad o tristeza que no cede con el tiempo.

- Dificultades para dormir o concentrarte.

- Relación complicada contigo mismo o con los demás.

- Sensación de estar desconectado/a o sin rumbo.

La terapia no elimina los problemas de la vida, pero sí puede darte las herramientas para enfrentarlos con mayor equilibrio y bienestar emocional. ¿Te identificas con alguna de estas situaciones?

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